La capacidad de reírse de uno mismo es una señal de verdadera fortaleza


En la vasta epopeya de la vida,
se alza una virtud de gloria inmensa,
la risa propia, con risa compartida,
donde la fortaleza se torna intensa.

En el campo de batalla del existir,
donde los lamentos suelen poblar,
el héroe que puede a sí reír,
su espíritu sabio llega a alzar.

¡Oh, cuán sublime es la risa sincera,
que desafía al orgullo y al temor!
Es la señal de una alma entera,
que no se rinde ante el dolor.

Entre risas, gestos y gracejos,
se forja el temple del alma audaz,
superando los más fieros despechos,
el valor verdadero en sí hallaz.

No es la risa la muestra de flaqueza,
sino la fuerza que en sí encierra,
la capacidad de ver con franqueza,
las propias faltas y no ser tierra.

Que aquel que sepa en risa encontrarse,
en la tormenta o la calma apacible,
su ser en la verdad pueda hallarse,
y así alcance lo más sublime.

¡Oh, risa propia, tesoro escondido,
que revela la grandeza del ser!
En tu eco, el espíritu ha florido,
en la fortaleza de saberse vencer.

Así, en la epopeya de cada día,
la risa propia sea nuestra espada,
en la batalla de la vida bravía,
donde la verdadera fuerza es honrada.

 

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