En la penumbra de la mente reposan,
los recuerdos como llamas que danzan.
En su danza, la esencia del ayer,
un tesoro oculto que hemos de entender.
Oh, memoria, caja de suspiros guardada,
en tus pliegues yacen las risas, la alborada.
Entre las sombras de días ya idos,
se forja el combustible de sueños perdidos.
En el lienzo del pasado, pinceladas de fuego,
las huellas de instantes, como en un juego.
Cautivos en la red de la nostalgia,
los recuerdos se erigen en nuestra montaña.
Con cada paso, con cada tropiezo,
se graba en las páginas del tiempo un exceso.
Mas no son cadenas que nos retengan,
sino alas que al cielo nos elevan.
En la tragedia y en la comedia,
resuenan los ecos de nuestra epopeya.
Las lágrimas caídas en noches oscuras,
son estrellas que iluminan futuras jornadas.
El amor perdido, la amistad que se fue,
no son más que semillas en el huerto de un quizás.
En la tierra fértil del alma se arraigan,
preparando el terreno para nuevos lares.
Así, en los recuerdos hallamos el aliento,
un susurro que aviva nuestro movimiento.
No son anclas que nos hundan en el pasado,
sino la brújula que señala el camino ansiado.
En el escenario de la vida, cada acto es un escalón,
cada desafío, una oportunidad en el rincón.
Con las lecciones de días ya despedidos,
construimos puentes hacia destinos compartidos.
Que el pasado sea la fragua de nuestro ser,
que en las cenizas renazca un amanecer.
En los recuerdos, hallamos la esencia,
combustible para forjar un destino en permanencia.