En el rincón sagrado del hogar,
donde los lazos se tejen con ardor,
nace el amor inquebrantable, sin cesar,
entre padres e hijos, un vínculo de fulgor.
En la danza eterna del tiempo y el anhelo,
se entrelazan sueños, se forjan destinos,
en el abrazo cálido, en el beso sincero,
la esencia del amor se eleva a divinos.
Padres valientes, cimiento y guía,
en su mirada, un faro que alumbra,
construyen puentes, rompen la rutina,
tejiendo juntos sueños que el alma encumbra.
Hijos que aprenden bajo su mirar,
sueños compartidos, unidos en anhelos,
caminan juntos, sin temor a tropezar,
bajo el manto del amor, construyen destellos.
En la epopeya de la vida que se escribe,
padres e hijos, cincelan un legado,
con risas, con lágrimas, el amor revive,
un lazo inquebrantable, nunca desgastado.
En cada risa compartida, en la adversidad,
se labra la fortaleza de un amor sin medida,
como un lazo eterno, sin finalidad,
en la epopeya del amor, la familia se erige.
Construyen sueños con ladrillos de amor,
una fortaleza donde el alma reposa,
donde la unión es un tesoro de valor,
en el abrazo eterno, la vida se engrosa.
Padres e hijos, entrelazados en la danza,
tejiendo sueños, rompiendo cadenas,
un amor que perdura, sin darle balanza,
en esta epopeya, la familia es reina.
Que el amor inquebrantable perdure,
como un sol radiante que nunca se apaga,
en el corazón de padres e hijos, asegure,
la epopeya del amor, que el tiempo halaga.