En la danza del caos, en la furia del viento,
la fortaleza emerge, un destino sediento.
No es en la cólera donde hallamos poder,
sino en transformarla, en el ser renacer.
La ira, un torrente, un fuego voraz,
se agita en el pecho, nos quiere arrastrar.
Pero en el crisol de la voluntad ardiente,
se forja la fuerza, la llama resiliente.
Determinación, un puño firme en la lucha,
cambiando la rabia por una senda justa.
No en la tormenta se mide el valor,
sino en la calma tras el feroz resplandor.
Frustración, un muro que parece infranqueable,
un desafío que se torna inquebrantable.
Mas en el alma que no cede ante el desvelo,
nace la perseverancia, un destello.
En el rincón oscuro donde se gesta el desvelo,
la luz se despierta, es un nuevo destello.
La frustración es tierra fértil para el crecer,
en la adversidad, el alma aprende a renacer.
Así, en la modernidad de la vida que danza,
la verdadera fortaleza no es balanza.
No pesa la rabia ni la frustración,
sino la transformación en determinación.
En este vaivén de emociones que son danza,
se encuentra la esencia, la llama que avanza.
Convertir la ira en un fuego controlado,
y la frustración en un arte renovado.
La verdadera fortaleza, en el ser interno,
reside en el arte de cambiar el invierno.
De la tormenta emerge la claridad,
cuando en la adversidad hallamos la verdad.