En la danza eterna del tiempo y el lazo inquebrantable,
Padres e hijos entrelazan sus destinos, insuperable.
En el amanecer de la vida, un saludo resuena,
El “buenos días” como melodía que nunca enmudece.
En la aurora de la existencia, el sol despide su beso,
Padres abrazan sueños, legados en un proceso.
En el susurro del alba, se gesta la enseñanza,
Un “buenos días” forja la ruta de la esperanza.
Oh, dulce elegía de la conexión atemporal,
Entre generaciones se teje el lazo esencial.
El arte de un saludo, en la cotidianidad se cultiva,
En el eco de las mañanas, el amor se aviva.
Bajo el manto del alba, lecciones se despliegan,
Padres, maestros, en el amanecer se entregan.
El “buenos días” es más que un simple saludo,
Es un regalo atemporal, un legado que acoge.
En el rincón del recuerdo, la infancia resplandece,
El eco de las palabras, como promesa se ofrece.
“Padre”, “madre”, susurran las hojas del destino,
“Buenos días”, la melodía que trasciende el camino.
Hijos crecen como ramas en un árbol ancestral,
Herencia de amor, labrada en un acto tan banal.
Cada “buenos días” es un eslabón en el tiempo,
Un puente entre generaciones, firme y lento.
En la sinfonía de la vida, donde el tiempo se desliza,
Padres e hijos entrelazan la trama precisa.
En cada alba, en cada encuentro cotidiano,
Se escribe la epopeya de un amor soberano.
Así, la elegía de padres e hijos transcurre,
En el canto suave de un saludo que perdura.
“Buenos días”, la joya que el tiempo acaricia,
Un lazo eterno que en el alma se desliza.